Recordaba vagamente cuando mi papá nos llevaba a pasear al centro y entrábamos al Hotel de la Cd. de México. Tenía imágenes de los elevadores antiguos, un gran vestíbulo con sillones y unas grandes jaulas con pájaros. Hoy volví después de años y después de una remodelación al hotel y los elevadores resultaron ya no funcionar y las grandes jaulas resultaron no ser tan grandes como las veía de niño.
El hotel, por dentro, es precioso. Dos elevadores estilo Art Nouveau lo flanquean, uno a cada lado y un gran vitral sirve de techo. Su ubicación, también, es privilegiada. Por esto último, mi hermana decidió ir a comer ahí con mi abuela, mi tía y mi madre.
El restaurante Plaza Mayor pretende ser sumamente elegante, aunque resulta más bien viejo. Los meseros visten con un absurdo uniforme. El cuarto huele, por momentos, a viejas alfombras y cortinas húmedas. Unos costalitos de maíz rellenos de huitlacoche y requesón sirvieron de entrada. Estaban riquísimos, aunque venían fritos y la salsa era muy picante como para respetar al requesón. Pedí, después, un bisqué de elote con huitlacoche y flor de calabaza, bastante bueno. Un chile relleno de picadillo de jabalí resultó ser una especie de chile en nogada relleno de picadillo dulce, con un chile insípido y una nogada medio afrutada... No lo recomiendo. El postre tampoco: un trío de chocolate que sabía a chocolate barato sumamente dulce. Creo que es un lugar pretencioso y caro para lo que es.
Lo mejor del restaurante es la vista del Zócalo, Catedral, Palacio Nacional y, en esta época, la pista de hielo y el gran (pero feo) árbol de navidad. Sin embargo, para disfrutar esta vista, creo que puede subirse al bar ya sea para desayunar o para tomar algo por la tarde. Mucho menos ostentoso debe resultar más conveniente.
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