lunes, 23 de noviembre de 2009
Nos Mudamos...
miércoles, 21 de octubre de 2009
El Malayo
Frente la plaza Río de Janeiro, uno de espacios más antiguos, emblematicos y trranquilos de la dcolonia Roma, encontrarás El Malayo, un pequeño restaurante que debes conocer si quieres disfrutar algunos de los sabores más exquisitos de la comida oriental de la capital mexicana, en su versión local.
Un metro debajo del nivel de la calle, escondido detrás de unas rejas blancas, como si no quisiera que los paseantes alteraran su tranquilidad, se extiende un comedor casual y agradable. Parece el resultado de una mezcla entre el aspecto tradicional de un restaurante chino y el porte elegante de las mesas de un bistro. Se combinan sin orden sillas sobriamente pintadas y tapizadas con otras de madera al natural, rectas y sin adornos. Una grupo de espejos opacos y mobiliario ligeramente desvencijado son dos detalles que restan elegancia al lugar.
El menú sorprende por su brevedad. De un lado aparece el conveniente menú del día -compuesto por un par de alternativas de cada uno de sus tres tiempos, más una bebida, por 150 pesos- mientras del otro se encuentran los platillos. Se agradece que la elección no sobrepase las 20 opciones, a diferencia de restaurantes que presentan largas listas que pierden y confunden al comensal.
Picosos y nada excepcionales resultan los dumplings de camarón. Tres saquitos de delgada pasta contienen una mezcla insípida que debe condimentarse con la salsa de soya y jengibre o la de chile que les acompañan. Cualquiera de las dos resulta demasiado picante y desaparece el casi imperceptible sabor del camarón.
La sopa Tom Yum reivindica al lugar. Un sencillo caldo de mariscos con limón y chile desconcierta a la primera cucharada por su sabor agridulce y saturado con limón pero, luego de unos segundos, esa sensación se transforma en un placer efervescente, donde los sabores saltan exigiendo tu deleite.
Ordenar la anguila es apostar sin riesgos. Su incomparable sabor, terroso y dulce, es bienvenido por la lengua, que lo abraza esperando que no escape. Aquí se sirve con un poco de salsa dulce y aguacate sobre una galletita, ingredientes que rebajan un poco su intensidad.
La crème brûlée de te limón provoca que, aunque quedes satisfecho, anheles una cucharada más. La tapa de caramelo es demasiado oscura y la crema ha perdido firmeza, aunque ésta tiene un sabor fresco que enamora paladares.
Hay algunas bebidas exóticas, como martinis o mojitos de sabores. El de coco sabe a piña colada, por lo que te recomiendo pedir algo más.
El mayor defecto de este lugar son los precios. Los tres pequeñísimos dumplings de camarón cuestan 95 pesos, la sopa –la de mejor relación precio-tamaño- ronda los 120 pesos y la anguila, suficiente para dos pequeños bocados, sumará 150 pesos a tu cuenta. La sopa y la anguila lo valen, los dumplings no.
Todos estos platos –salvo la crème brûlée- son entradas, lo cual explica el tamaño de sus porciones. Según me enteré después, el pulpo braseado en sake -que se me antojó desde el principio- viene muy bien servido, sabe delicioso y el precio oscila en el mismo rango que el de las entradas.
Cuando visites El Malayo, no te dolerá gastar tus ahorros en sus sabrosas creaciones.
Taco Express
(Nota: La foto de este post fue tomada prestada de otra página de Internet y no corresponde a los tacos de este lugar.)
La colonia Peña Pobre, al sur de la Ciudad de México, puede presumir una de las ya afamadas taquerías de la ciudad, donde encontrarás exquisitas opciones ya seas omnívoro o vegetarianos.
Ubicado en Av. San Fernando, muy cerca del Parque Ecológico de Loreto y Peña Pobre o del centro comercial Cuicuilco, Taco Express difícilmente llama la atención. Su toldo rojo, sus parrillas y la falta de lugares de estacionamiento no atraparán la mirada de quien pase por ahí. Sin embargo, una vez dentro, no te conformarás con uno o dos tacos.
Aunque hay queso fundido, quesadillas y tacos de hongos con queso, los María Sabina son la principal opción vegetariana, y no te decepcionará. La combinación de hongo portobello, queso, epazote y chile, todo a la parrilla, se agradece tanto como un baño de agua fría después de una extenuante caminata bajo el Sol. La frescura del epazote y la acidez del chile alivian la boca del ataque graso del queso, sin opacar el inconfundible sabor del portobello.
La lengua y el suadero no son –hay que decirlo- los mejores, son un poco insípidos, pero los taquitos de achicalada -restos de maciza que se van al fondo de la cazuela, donde se doran, se salan y se llenan del sabor glorioso de los alimentos poco sanos para el corazón- con cebollita, cilantro, unas gotas de limón y un toque de salsa, son majestuosos.
Las salsas son un tema aparte. La revista Chilango, en su especial de taquerías de este año, nombró a la salsa de cacahuate la reina de este lugar, pero difiero ya que la elección dependerá del taco y del paladar.
La salsa verde es un poco dulce y ácida debido al tomate, la de cacahuate tiene más textura y se adhiere en la boca como si buscara escapar de la garganta, mientras la otra salsa roja sabe un poco ahumada. Todas pican, pero no marean la lengua.
En Taco Express no sólo tienen refrescos, sino que preparan jugos de guanábana, fresa, guayaba, kiwi, naranja y más frutas. El dulce pero sutilmente rasposo sabor de la guanábana es de mis favoritos.
Si te animas a dejar de lado la comodidad de un asiento y unos cubiertos y a aventurarte a un sistema de cobro casi futurista, lleno de cables sobre los que se deslizan las comandas, esta taquería no te defraudará.
lunes, 19 de octubre de 2009
Sobrinos
Aquí se ofrece, según su propia descripción, cocina de barrio, que en términos prácticos puede describirse como un menú que abarca platillos cotidianos de distintos países, desde tapas españolas hasta tortas ahogadas jaliscienses, pasando por tostadas de mariscos y ensaladas.
A la 1:30 de la tarde, el sitio lucía vacío. Los meseros y la recepcionista no parecían estar ahí. El servicio no auguraba nada bueno; sin embargo, una vez en la mesa, resultó muy bueno.
Presentadas en un plato largo, seis hojas de lechuga romana servían de cama a croutones, anchoas, queso parmesano y un aderezo con intensidad adecuada para no opacar al resto, armando así la ensalada César. Los filetes de anchoa regalan una sorpresiva transición de lo salado a lo dulce que, junto con el parmesano, reciben con los brazos abiertos a un vino blanco de varietal verdejo con una buena acidez y notas de manzana verde y hierbas.
Después vendría la sopa de pimientos, un especial del día que resultó una delicia. Espesa, muy perfumada, con un toque de aceite de oliva, el dulzor de los pimientos envolvía a los vastos camarones en un equilibrio casi perfecto.
Aún en el primer tiempo, el fideo seco combina magistralmente el sabor del tomate con una ligera acidez de limón, el potente sabor del chorizo y la crujiente textura del chicharrón. La crema y el queso, sin embargo, se pierden en ese mar de sabores. Le vendría bien un poco más.
Ya en los platos pesados, la torta ahogada de pato decepciona un poco. El sabor es muy rico y potente pero el picor de la salsa, aunque moderado, opaca al pato, que podría ser sustituido por otra carne sin afectar significativamente el platillo. La cebolla caramelizada sabe a gloria dentro del pan –que desafortunadamente es demasiado aguado- y la salsa levemente ácida.
Mejor opción resulta el pulpo a las brasas con frijoles negros, un poco de páprika y aceite de oliva. Dorado por fuera y suave por dentro, el sabor ahumado del molusco recibe con los brazos –o las ventosas- abiertos a los frijoles y a los brotes de arúgula que lo adornan e invaden la nariz con un aroma a hierba intenso y refrescante.
Como acompañamiento, hay quien dice que las papas fritas del Primos son de las mejores de la ciudad. Crujientes, de mejor textura que la mayoría, las de Sobrinos no resultan excepcionales.
Cerrando con un postre, los higos con crema de la casa, acompañados con frambuesas, no complacen. Los higos estaban insípidos al igual que la crema, salvo en algunos sitios donde destacaba un baño de licor.
El cheesecake, en cambio, tiene una delgada corteza y mucho queso, con una consistencia suave y muy agradable, se presenta bañado con mermelada de zarzamoras sumamente dulces, sin perder el toque ácido que las caracteriza.
Una comida promedio en este lugar puede variar entre los 250 y los 400 pesos por persona si se acompaña con vino por copeo. Si se prefiere pedir una botella de vino de la variada y bien seleccionada carta -que van desde los 300 hasta casi dos mil pesos-, el precio puede subir un poco, dependiendo del número de comensales entre los que se divida el costo.
A pesar de su decoración sencilla, el espacio es acogedor. Visitar este lugar resulta tan agradable que deja ganas de volver cuanto antes para probar el resto de la carta.
martes, 1 de septiembre de 2009
La Lima
Regresando de Ensenada, donde pasé cinco días comiendo lo más posible para recorrer todos los lugares que quería visitar (obviamente no me dio tiempo), me invitaron a una semi-institucionalizada comida en viernes. La propuesta, la de siempre: Mi Gusto Es. Es muy bueno, sí, y los precios son justos, también ...pero existen más lugares para comer mariscos. Come on!
Sin convencer realmente a T y a M, decidí unilateralmente manejar hacia el Contramar. Cuál sería mi sorpresa cuando nos dijeron que debíamos esperar dos horas... Moríamos todos de hambre y estábamos de mal humor, por lo que huímos al instante. Fuimos a un lugar que había yo visto varias veces pero al cual nunca había ido: La Lima, en Tamaulipas, cerca de Vicente Suárez.
Llegando, lo de cajón: un aguachile. ¡Nos arrepentimos en cuanto lo vimos y más cuando lo probamos! Camarones pacotilla pre-cocidos, refrigerados, en limón acuoso... En fin, de esos platos que jamás debe un pedir. Las tostadas de "ceviche" de camarón, lo mismo, dos camaroncitos diminutos, con sabor a refri y bañados en catsup. Para entonces comenzábamos a desilusionarnos...
Unas chalupitas oaxaqueñas con camarón no estaban tan pior. Tres chalupitas con frijoles, unos de esos mismos camarones que disimulaban su sabor, aguacate y salsa. Un sabor más tradicional. Los tacos de pescado al pastor tampoco estaban tan mal, aunque a mí me gustaron más las chalupitas.
Un rasurado de atún salvó mi comida. Con el atún rara vez hay pierde. Aunque la preparación no sea la adecuada, me parece que el atún suele resistir.
Una sopa de langosta parecía no estar tan mal, sólo le hacía falta un poco de sazón, por lo que le puse (rara vez le añado algo a la comida, osea que T detectó de inmediato que no estaba buena la sopa) un poco de salsa inglesa, una pizca de sal y un poco de salsa. Mejoró, aunque luego de unas cucharadas me hartó el sabor a langosta congelada y a "crema" aguada.
El taco de pescado estilo Ensenada estaba bien, pero no se compara con los auténticos. Un capeado común y corriente, mucha mayonesa... Por desgracia no pude ir al Fenix por los mejores tacos de pescado y camarón de la Cenicienta del Pacífico.
Mi sugerencia: eviten a toda costa terminar en este "Bar de Playa". No sólo no se disfruta la comida, sino que algo les hizo daño a T y a M a las pocas horas, por lo que la mala experiencia fue doble.