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En Polanco, sobre Oscar Wilde casi llegando al Parque Lincoln, se puede ver un constante flujo de gente en el número 12. Se trata de la panadería (en realidad es algo más amplio que una panadería, una boulangerie-patisserie digamos) de Eduardo y Paulina Da Silva. Abrió sus puertas en el 2000 y, aunque el nombre no tenga gran eco fuera de la zona, es ya un recinto de culto en Polanco. Vende pan a varias embajadas y a algunos de los más famosos restaurantes cercanos.
Eduardo entra y sale contínuamente, trabajando todo el tiempo. Parece un hombre tosco por su gran tamaño pero, en realidad, es muy amable. Parte un trozo de alguno de sus panes para dar a probar mientras explica sus características, aunque sea tan sólo de paso.
Lo que más se vende es el pain-au-chocolat, los croissants y el pan de aceituna. A las 12 p.m. ya no había ninguno de esos. Hay que llegar temprano o hacer el pedido el día anterior. Probé el pan de harina tostada y compré un pequeño selva negra que me recomendaron (está muy bueno, aunque no soy gran fan del selva negra. Debí comprar uno de pistache con chabacano.), un par de panes salados (el de aceituna negra está delicioso), una concha y un pan de nata (mmmm...) y unos macarons (una especie de sandwich de merengue de diferentes sabores relleno de crema o ganache) los cuales no había visto en ninguna otra tienda en México y que están buenérrimos.
Los ingredientes son de la mejor calidad posible, buscando la mejor mantequilla, chocolate, harina y levaduras de todo el mundo para juntarlas en panes que son obras de arte. Es, probablemente, la mejor panadería de este tipo (me parece incomparable una panadería "de barrio" con estas panaderías "gourmet") en la ciudad.
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